lunes, 22 de septiembre de 2025

Una historia de arboles. El viejo roble

 El viejo roble, el más sabio del bosque, no recordaba el número exacto de inviernos que había resistido. Sus raíces, profundas como la memoria de la tierra, se aferraban a historias de generaciones pasadas. Desde su imponente altura, había visto la llegada de la primavera, el susurro del verano, la danza del otoño y el silencio de la nieve. Cada nudo en su tronco era una anécdota, cada rama un camino trazado por el tiempo.

A su lado, un joven abedul, con su corteza plateada, vibraba con la impaciencia de la juventud. Soñaba con crecer rápido, con alcanzar el sol antes que nadie. Le contaba al roble sus deseos de ser el árbol más alto, el más visitado por las aves, el más fotografiado por los humanos.

"La prisa es una tormenta que te arrancará de raíz", le advertía el roble con su voz grave, un murmullo de hojas secas. "El verdadero crecimiento no es solo hacia arriba, sino también hacia adentro. Es en la quietud donde se encuentra la fuerza".

El abedul, impaciente, ignoraba las palabras del anciano. Buscaba la luz con frenesí, estirando sus ramas sin descanso. Pero un día, una fuerte tormenta azotó el bosque. Los vientos rugieron, los truenos retumbaron. El joven abedul, con su crecimiento acelerado y sus raíces poco profundas, se tambaleó. Fue el viejo roble, con su tronco firme y sus raíces entrelazadas con las de sus vecinos, quien lo protegió, formando un escudo contra la furia del viento.

Cuando la calma regresó, el abedul comprendió. La verdadera sabiduría y la fuerza no estaban en la altura, sino en la conexión, en la paciencia y en la capacidad de resistir juntos. Y desde ese día, ya no creció solo, sino que aprendió a enraizar su existencia, escuchando las viejas historias del roble.





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