Garra de Acero se detuvo. Sus músculos se tensaron bajo la piel escamosa. Frente a él, emergiendo de la niebla como una aparición de otro mundo, apareció un Carcharodontosaurus. El recién llegado, conocido como Lanza Veloz, era más esbelto y, a primera vista, menos musculoso que Garra de Acero. Sin embargo, su larga cabeza estaba armada con dientes como cuchillos de obsidiana. Estos no eran los dientes gruesos y trituradores de Garra de Acero; eran afilados, diseñados para cortar y desgarrar.
El duelo fue inevitable. Garra de Acero cargó primero, con un rugido que hizo temblar el suelo. Su mandíbula, una trampa mortal de más de un metro de largo, buscaba el cuello de su oponente. Pero Lanza Veloz era ágil y esquivó el ataque. Giró, y con un movimiento rápido de su cabeza, sus dientes afilados rasgaron un lado del T. rex, dejando una herida profunda y sangrienta.
Garra de Acero se tambaleó, pero el dolor solo avivó su furia. Atacó de nuevo, esta vez de forma más calculada, usando su enorme cuerpo como ariete. El golpe derribó a Lanza Veloz, que cayó de costado, chocando contra una roca con un golpe sordo. Antes de que pudiera recuperarse, la mandíbula de Garra de Acero se cerró sobre su garganta. Fue el final de la batalla. El sonido de los huesos al romperse resonó en el silencio, un eco final de la brutalidad del mundo prehistórico
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