En un soleado parque, dos perros de razas diferentes, un enérgico Jack Russell Terrier llamado Max y un bonachón Golden Retriever llamado Buddy, se encontraron. Max, con su cola siempre en movimiento, ladró alegremente a Buddy, invitándolo a jugar.
Buddy, con una sonrisa canina, bajó su cabeza en una invitación a la persecución. Max no dudó ni un segundo y salió disparado como una flecha, con Buddy siguiéndole de cerca.
Corrieron por el césped, saltando sobre pequeños montículos y zigzagueando entre los árboles. La energía de Max era contagiosa, y Buddy, aunque más grande, se movía con una sorprendente agilidad para seguirle el ritmo. Sus ladridos y jadeos llenaban el aire, una sinfonía de alegría perruna.
Después de varias vueltas y un par de "emboscadas" fingidas por parte de Max, decidieron cambiar de juego. Max encontró una pelota de tenis y se la llevó a Buddy, dejándola caer a sus pies. Buddy, con delicadeza, la tomó en su boca y la lanzó con un movimiento de cabeza. El juego de la pelota duró un buen rato, con Max saltando y atrapando en el aire, y Buddy recuperando la pelota con su gran hocico.
Cuando el sol comenzó a ponerse y las sombras se alargaban, ambos perros, cansados pero felices, se tumbaron juntos en el césped. Max apoyó su cabeza en la pata de Buddy, y Buddy lamió suavemente la oreja de Max. Habían pasado una tarde maravillosa, demostrando que no importa el tamaño o la raza, la amistad y el juego son universales en el mundo canino. Se despidieron con la promesa tácita de que se volverían a encontrar al día siguiente para más aventuras.
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